En su 70 aniversario queremos dedicar un poco más de atención a la historia de este modelo, mirar con detenimiento la fascinante epopeya que supuso su nacimiento. Pero para conocerlo debemos fijarnos en su progenitor, el TPV, Toute Petit Voiture (coche muy pequeño) nombre que recibió el proyecto por parte de Citröen, y por tanto en los prototipos que se construyeron durante el período de su desarrollo. Hasta 250 unidades serían fabricadas hasta llegar a 1939 cuando estaba previsto que el diseño final fuera presentado en la edición del Salón del automóvil de París de ese año, eso nunca llegó a pasar, las veleidades bélicas Nazis echarían por tierra también ese proyecto.
250 prototipos fueron fabricados y destruidos para evitar que cayeran en manos de los Nazis
En este 2018 dentro de las celebraciones que Citröen está llevando a cabo por los 70 años de este automóvil ha presentado en el Salón de París (esta vez si ha sido posible) uno de los TPV que aún se conservan restaurado y tal como había sido proyectado, con un solo faro. No es una rareza, ni es que se haya perdido por el camino la otra luminaria, simplemente el predecesor del 2CV recogía una serie de características realmente diferentes del modelo definitivo. Fue gracias a la obstinación de algunos empleados de la fábrica, al desobedecer la orden de destruir todos los prototipos cuando los alemanes invaden Francia, que hoy podemos disfrutar de la visión de esta pieza.
Tan bien habían sido escondidas que no fue hasta 1994 cuando se encontraron cuatro unidades del prototipo TPV en el altillo de un granero cerca de la ciudad francesa de Ferte-Vidame, donde Citröen tenía un centro de pruebas. Otra unidad fue convertida en Pick-up para hacerla pasar inadvertida y una última unidad que consiguió conservar la propia Citröen ha sido la presentada este año.
Finalmente descubierto y despreciado
Pero existen muchas historias sobre los modelos desaparecidos, una de ellas cuenta que los alemanes fueron capaces de hacerse con uno de los prototipos, a pesar de todo. Enviado inmediatamente a Alemania para que fuera estudiado por Ferdinand Porsche no recibió la más mínima atención, nada más verlo, dicen que lo despreció calificándolo despectivamente como una una lata con ruedas.
El TPV, cuyo aspecto exterior era muy similar al 2CV que todos conocemos, montaba un motor refrigerado por agua con solo dos cilindros, un solo faro en la parte frontal izquierda y, según los archivos de la propia Citroën, asientos estilo hamaca colgados mediante alambres del techo, incluso se habla de que iba a ser el primer modelo en montar las nuevas ruedas radiales diseñadas por Michelin. Construido en aluminio en lugar de acero perseguía cumplir con la idea que impulsó el desarrollo del modelo, un vehículo tan ligero y sencillo como «cuatro ruedas cubiertas por una sombrilla». Lo más curioso es que ese diseño cumplía completamente con los requisitos legales de la época.
Es curioso como el destino se obstina a veces en desmentir nuestros más intensos temores, qué precauciones, cuánto dolor y pena tuvo que suponer para directivos y trabajadores de Citröen destruir el fruto de sus esfuerzos, el hijo de sus noches de desvelo e ilusión, para que no cayera en manos de un enemigo temible. Cuán curioso, si realmente Porsche llegó a verlo y a despreciar de tal forma el coche, que todos sus miedos fueran infundados. Pero sobre toda esta historia planea algo que finalmente, según nuestra opinión, sería la causa del fin del pretendido imperio Nazi, su soberbia y su ceguera para reconocer una realidad que se resistía a ser como ellos deseaban que fuera.
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