Y no nos quedamos cortos cuando nos referimos a un coche que monta un motor de avión de 27 litros, mil CV de potencia, consume un litro por kilómetro y es imposible de aparcar, su morro mide más de tres metros, además provocó la ruina y el exilio de su propietario. Eran años de excesos, tiempos en los que parecía que romper con lo establecido era la norma, y así lo hizo este hombre empecinado, vaya si lo hizo.
Desmesura y el atrevimiento a raudales
Tenemos que remontarnos a finales de los años 60, un ingeniero inglés llamado Paul Jameson tuvo la feliz idea de montar un motor V12 de avión Merlin, marca propiedad de la Rolls Royce, sobre un chasis diseñado por él mismo. La amortiguación se preparó para aguantar el sobrepeso estimado pero cuando se enfrentó el problema de adecuar una transmisión para semejante bicho se encontró con un problema difícil, tras romper varias cajas de cambios, recurrió a un experto en transmisiones automáticas de la empresa Epsom.
Nacimiento de La Bestia
Curiosamente es aquí donde comienza verdaderamente este relato, el especialista que se hizo cargo de diseñar y construir una transmisión que se adecuara al motor fue un tal John Dodd, quien tras ocho intentos acertó, una transmisión automática de cuatro marchas también de la Rolls con algunas modificaciones fue la que finalmente resolvió el problema. Pero el proceso se había alargado demasiado, Jameson había perdido interés en el proyecto. No llegó ni a fabricar una carrocería para el coche y terminó vendiéndoselo a Dodd por 500£.
John Dodd envió el coche a un carrocero, la versión MK1 acababa de nacer, y al poco ya estaba apareciendo en televisión, prensa y participando en carreras. Su notoriedad fue creciendo, y su frontal con la parrilla típica de Rolls Royce también llamó la atención del fabricante, pero no hubo lugar a reclamaciones: el coche ardió cuando volvía de participar en una competición en Suecia. The Beast (la bestia, como era conocido popularmente) quedó reducida a un montón de chatarra chamuscada.
Y renació de sus cenizas, para cambiar la vida a su propietario
Ni corto ni perezoso el tozudo propietario del vehículo siniestrado fletó los restos de vuelta a sus tierras inglesas, allí recuperó el chasis y volvió a recurrir a Jameson para que le consiguiera otro motor Merlín. Acudió a los mismos carroceros, aunque esta vez el perfil obtenido fue diferente Dodd insistió en decorarlo con la misma parrilla frontal. Pocos días después de tener el coche en su poder, de nuevo, lo llevó hasta Fleet Street, la calle donde por aquellos años se encontraban las sedes centrales de casi todos los periódicos más importantes del país, levantó el inmenso capó para simular que estaba averiado y lo dejó a la espera de llamar la atención de todo aquel que se asomara a sus ventanas. Su estratagema dio resultado, al día siguiente aparecía en la mayoría de los periódicos.
La historia no acabó bien, del todo
Pero la fama costó cara a este descarado conductor y propietario, la demanda por uso indebido de marca que Rolls Royce emprendió contra él lo dejó arruinado, sin casa y con la única opción de cambiar de aires para poder empezar una nueva vida. Y así lo hizo, se vino a Málaga y montó un taller especializado en transmisiones, allí sigue a día de hoy a sus ochenta y tantos años.
Dicen que de vez en cuando se dedica a sacar a la calle a pasear a La Bestia para atemorizar a sus vecinos, pero a la vista del color que eligió para él mucho nos tememos que lo que los asusta no es el ruido de su motor…
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